En más de una ocasión hemos comentado y a nadie se le escapa que la salud de los ciudadanos y la protección del Medio no son precisamente temas prioritarios en las agendas de las multinacionales y de los gobiernos en general. Dinero y poder son elementos a lo que todo debe de quedar supeditado.
La utilización del los medios de comunicación por parte del poder en campañas perfectamente planificadas para publicitar y magnificar sus logros en el terreno medioambiental y culpabilizar, como quien no quiere la cosa, al ciudadano medio de ser uno de los responsables de la crisis del Planeta al utilizar más agua de la debida o por el uso abusivo del coche etc..., no son más que cortinas de humo que tratan de desviar la atención de la verdadera raíz del problema. Sin embargo los ciudadanos de a pie podemos ser motores de transformación. Un ejemplo. Las campañas de Greenpeace y otros grupos ecologistas en contra de los productos con contenidos transgénicos, unido a la negativa de su consumo por una gran parte del consumidor europeo ha provocado cambios en la política de muchas grandes empresas que se han visto obligadas a eliminar los ingredientes transgénicos de sus productos.
Sin embargo esto no es suficiente, ni lo más importante. Nuestra Madre Tierra solamente tendrá futuro si somos capaces de recuperar la sensibilidad perdida por la vorágine de nuestra civilización. Es urgente volver a integrar el conocimiento intuitivo, profundo y operativo que tenían nuestros antepasados para quienes la Tierra era real y literalmente Madre que cobija y nutre y que está atenta a nuestras demandas siempre que se la respete y adoptemos en la vid un comportamiento coherente y ético. En algunas culturas, un juramento realizado con un terrón de tierra en la cabeza era considerado inquebrantable. ¿Se deben estas afirmaciones a algún tipo de ensoñación romántica? Estudien a científicos honestos de la talla de Lovelock (Hipótesis Gaia), Shuman. Bohm, Bhorm, etc, y seguramente, un escalofrío les recorrerá la espina dorsal al comprobar cómo los siux, los aborígenes australianos o los sencillos campesinos castellanos o vascos saben más de las entretelas de la Naturaleza que nuestros arrogantes científicos convencionales.
Una anciana india, decía: Para recoger bellotas y piñones sacudimos las ramas, no cortamos los árboles.... Los blancos remueven la tierra, talan los árboles, lo devastan todo. El árbol dice: Para, me duele, no me hagas daño." Pero lo talan y lo cortan a trozos. El espíritu de la Tierra los odia.... ¿Cómo podría el espíritu de la Tierra amar al hombre blanco si cuando la toca es para lastimarla?"
Algo de lo que reza esta plegaria iroquesa se decía hasta hace relativamente poco en algunos caseríos del norte de Navarra: "Damos gracias a nuestra Madre Tierra que nos alimenta, a los ríos y a los riachuelos que nos dan agua, a las plantas que curan nuestras enfermedades, al maíz y sus hermanas las habas y a las calabazas que nos dan la vida. Damos gracias a los Árboles y a los arbustos que nos ofrecen sus frutos, al viento que agita el aire y aleja las enfermedades, a la Luna y a las estrellas que nos dan luz cuando el Sol se retira. Damos gracias a nuestro abuelo He-No por proteger a sus nietos de las hechiceras y los reptiles y por darnos la lluvia. Damos gracias al Sol por mirar la Tierra con ojos clementes. Por último damos gracias al Gran Espíritu en quien se encarna toda bondad y que dirige todas las cosas por el bien de sus hijos"
Indudablemente, defender a la Madre Tierra, pasa por integrar este tipo de vivencias