21/8/10

LA MAGIA DEL CAMINO DE SANTIAGO



Hacer el Camino de Santiago es una de esas vivencias íntimas, únicas, difíciles de trasmitir oralmente. Hay que adentrarse en él, vivirlo, sentirlo y si uno se decide, lo probable es que, o bien repita la experiencia o bien guarde de ella un recuerdo imborrable. Evidentemente, El Camino nada tiene que ver con la imagen que la propaganda de XACOBEO nos está trasmitiendo. Arte, religión, historia, leyenda, ortodoxias y heterodoxias, gastronomía, naturaleza… Un sin fin de enfoques para desbrozar una ruta de la que quiero reseñar pequeños destellos de un aspecto del que he sido testigo afortunado: el aspecto humano.


¿Por qué ese poder de atracción del Camino de Santiago? No lo se. Supongo que habrá muchas razones, algunas de ellas seguramente tienen que ver con procesos inconscientes de búsqueda de nuestras propias raíces como seres en continua evolución física y espiritual, Y ese Camino nos conduce por enclaves sumamente energéticos que propician el reencuentro con nuestras esencias. Esta puede ser una de las claves. En el Camino, los condicionamientos serviles y las falsas apariencias de la vida cotidiana, dejan de tener vigencia por unos días, en el Camino es mas fácil ejercer como seres humanos palpando en vivo y en directo virtudes tan “raras” hoy día como la solidariedad, el saber compartir, el compadecerse de, el escuchar al otro, el apoyo mutuo, el expresarse sin tapujos etc. Y es que una mochila con lo imprescindible (a pesar del inevitable exceso de lastre), el bordón, tu propia realidad desnuda y la Magia del Camino se alían para que el peregrino se olvide momentáneamente de su propio ombligo y se refleje en el los demás.


Según escribo estas líneas vuelvo a rememorar momentos extraordinarios vividos junto a peregrinos cuya amistad perdurará más allá del espacio y del tiempo. Jesús el sevillano, alma sencilla y profunda; Fernando el riojano, buen samaritano donde los haya; mi amigo Luismi, la alegría del Camino; la pequeña japonesa de Kioto que apareció en Roncesvalles dos días después de ver en su ciudad natal un programa sobre el Camino. La encontramos sangrando de un pié y sonriendo a la entrada de Puentelarreina; la señora marroquí que cerca de Sto. Domingo, caminaba en compañía de su hijo cojeando ostensiblemente. Intenté ayudarla y a pesar de su situación fue ella la que me dio ánimos deseándome Buen Camino.


Me emociono al recordar aquella puesta de Sol en Bercianos del Camino (León). Un matrimonio de jubilados belgas, una pareja de ingleses, dos ciclistas catalanes, un japonés, la encargada del albergue y el que os relata, sentados en la cima de un pequeño promontorio desde el que ,alumbrado tenuemente por el Sol en el Ocaso, se divisaba un extenso tramo del Camino que habríamos de cruzar al amanecer. Cada uno en su propio idioma recitamos aquella preciosa plegaria de San Francisco, “Donde haya odio ponga yo amor…” Compartimos la cena en un ambiente insuperable de confraternización.


Tampoco puedo olvidar la impresión que me causó aquella otra mujer madura de origen rumano con la que coincidí en algunos fines de etapa. Eran las siete de la mañana y decidí entrar en la Catedral de Santiago. Había solamente dos personas orando y la mujer rumana sentada en un lateral. Como yo, ella había ido, supongo, a dar el último adiós al Santo antes de volver a su país. Se levantó, y al pasar junto a mí me dijo: “Buen Camino”. Eran algunas de las pocas palabras del castellano cuyo significado conocía. Capté perfectamente lo que trató de comunicarme: “Que te vaya bien en la vida”. “Gracias, Buen Camino” le conteste. Aún me cuesta tragar saliva cuando vivencio aquel momento.


Me ha tocado convivir con japoneses, belgas, alemanes, franceses, americanos, catalanes, sevillanos, madrileños, vascos. En ocasiones no hablábamos el mismo idioma pero nos entendíamos a la perfección. Todos sufríamos las mismas ampollas, el mismo cansancio al final de cada jornada, la misma necesidad de descanso. Todos teníamos las mismas inquietudes y anhelos; y es que cada uno de nosotros es peregrino hermano en esta gran Aldea Global que es nuestro conflictivo Planeta. Somos seres humanos. Es el mejor título, el único carné de identidad. El Camino te ayuda a ser consciente de ello.