6/1/09

LOS LUGARES SAGRADOS. AGUA, PIEDRA Y CONCIENCIA


Ponencia presentada por Javier Petralanda
en el primer encuentro de Ecología del Agua en Riopar

Nos está tocando vivir el que quizá sea uno de los momentos más críticos de la ya larga historia del ser humano. La crisis medioambiental es de tal magnitud que quedan cortas aquellas palabras con las que el jefe indio Noah Seattle terminaba la carta enviada al presidente Franklin en 1885, en lo que ha sido considerado como el mayor alegato ecológico jamás escrito “...Termina la vida y comienza la supervivencia”. La Madre Tierra agoniza y con ella el elemento vital por antonomasia, el agua. Lo que le sucede al Planeta no es más que reflejo y consecuencia de lo que acontece en el propio interior del ser humano y esto seguirá siendo así hasta que no decida tomar firmemente el control de su propia existencia.

Tomar conciencia del momento presente es reflexionar sobre nuestra trayectoria como individuos, y como grupo social. Preguntarse de dónde venimos puede ser un sano ejercicio terapéutico ya que ahí, en el pasado más cercano o más lejano, se hallan seguramente escondidas respuestas que necesitamos conocer con urgencia como posible vía para resolver conflictos internos y establecer las paces con el medio en el que nos movemos. Este es el trasfondo a través del cual quiero aproximarme al misterio del agua, la piedra y la conciencia, siempre omnipresentes en los lugares sagrados que desde el paleolítico hasta los siglos XIII, XIV, XV de la Edad Media, tiempos en los que todavía estaba en vigor el llamado paradigma organicista que la primera revolución científica y su aciago desarrollo anularon de la vida social. Las consecuencias nos enfrentan hoy día a la incertidumbre de un futuro inmediato.

LA CONCIENCIA DEL HOMBRE PRIMITIVO

Cualquier realización humana es reflejo de un determinado estado de conciencia. Siendo esto cierto, no conocemos prácticamente nada sobre la forma que tenía el hombre primitivo de ver el mundo y vivir en él. Tendemos a pensar que los seres humanos que habitaron las cuevas del paleolítico tenían un concepto de la realidad similar al nuestro en el que la racionalidad prima sobre las concepciones globales. Este es uno de los problemas con que se encuentra la arqueología actual, que trata de interpretar fenómenos que corresponde a otro estadio de conciencia desde nuestras propias coordenadas mentales, con lo cual sus aportaciones son más bien escasas. Seguimos creyendo que la falta de medios y educación los convertían en seres rudos e ignorantes. Sin embargo, a lo mejor las cosas no fueron así. Los estudios antropológicos realizados este último siglo en tribus indígenas de Africa, el Pacífico o en las selvas sudamericanas nos hablan de estados de conciencia unidos o más bien fundidos con el mundo circundante de tal manera que incluso no les es posible diferenciar el objeto con del YO. Es decir, no se ven las cosas desde fuera sino como parte integrante de las mismas. Algo de esto quieren decir los indios mexicanos cuando afirman que “Esta Tierra es mi cuerpo. El Cielo es mi cuerpo, las estaciones son mi cuerpo, esta agua es mi cuerpo también. El Mundo es tan grande como mi cuerpo. El Mundo es tan grande como mis plegarias”. Se podría afirmar que el hombre primitivo no estaba aún plenamente encarnado. La naturaleza y la Tierra eran seres vivos. La Tierra es considerada Diosa-Madre generosa, protectora y propiciadora de la vida pero terriblemente exigente. Cualquier tipo de actividad era regida por los ciclos derivados de la propia Naturaleza.

En el presente, los propios descubrimientos en el campo de la física permiten afirmar que no es factible comprender nada de forma aislada. Nuestros antepasados no estaban tan desencaminados. En una naturaleza todavía virgen, esta visión intuitiva, unitiva y global de la realidad no cabe duda de que les permitía tener acceso a parcelas del mundo suprasensible a las que nosotros solamente podemos acceder mediante un duro y continuado trabajo interior. Si pretendemos comprender lo que fueron y las realizaciones que nuestros antepasados nos legaron, es imprescindible pues un esfuerzo de apertura de corazón primando el sentir sobre el razonar.

Cuando con espíritu abierto y receptivo nos aproximamos a un Dolmen, a un Menhir o a una Iglesia Románica que aún resuena se percibe que ahí subyace una sabiduría que trata de comunicarse. Se siente en algunos momentos que las coordenadas espacio-temporales saltan hechas añicos y se vivencia de forma nítida aquello de que cuerpo, alma, espíritu, Naturaleza, Creación son una misma cosa. Uno comprende entonces que estos lugares tenían una finalidad de regeneración espiritual y como consecuencia también una finalidad de regeneración física. Y esto fue así hasta que la visión Newtoniana de la realidad estableciera que el mundo es una máquina, hasta que Francis Bacon diera vía libre a la explotación de la Madre Tierra, hasta que Descartes atomizara la realidad encorsetándola en compartimentos estancos; en definitiva, hasta que se estableció el paradigma mecanicista.

Si bien en un primer estadio determinados bosques, árboles, manantiales, cimas, cuevas eran considerados sagrados, las primeras construcciones dignas de tal nombre son fundamentalmente el dolmen y el menhir, e indican sin duda un mayor asentamiento de nuestros antepasados en el plano físico. Las antiguas comunidades o tribus de humanos eran regidas tanto en el plano político-social como espiritual (aspectos estos indiferenciados en aquel momento) por sacerdotes-chamanes o iniciados en un conocimiento más completo y abarcante de la realidad. Estos fueron los que dirigieron la creación de los monumentos megalíticos. Los sacerdotes-chamanes-iniciados están asociados al conocimiento de las energías del Cielo y la Tierra. Saben que se debe de vivir en armonía con las leyes que rigen de ambas y que la conculcación de las mismas acarrea la desarmonía, el caos, la destrucción y la muerte. Seguramente que conocían el papel del ser humano como puente entre el Cielo y la Tierra de la misma forma que percibían que los actos humanos tenían influencia en el “devenir de las estrellas”. Se sobreentiende que para ellos el agua era una entidad viva.

EL LUGAR SAGRADO

Sabemos que existen lugares donde la vida se desenvuelve en todo su esplendor. Se dice que son lugares de energía positiva. Otros, sin embargo, emiten una energía perturbadora que impide que los organismos se desarrollen. Son lugares de energía negativa. Algunos de estos lugares resonaban de forma muy especial en aquellos seres abiertos al entorno. Son los lugares sagrados. En este sentido, Mircea Eliade decía que el lugar sagrado no es jamás elegido por el hombre sino descubierto por él. Estos enclaves eran y algunos siguen siendo puertas dimensionales al servicio de la comunicación, de la curación, de la iniciación, en definitiva, al servicio de la evolución espiritual. Fallas, corrientes de agua subterránea, redes telúricas y determinado tipo muy concreto de rocas son elementos comunes que hallan siempre asociados a un lugar sagrado. En ellos se pueden dar fenómenos como anomalías electromagnéticas, a veces variaciones en la gravedad, piezoelectricidad, mayor índice de radioactividad y presencia de luces. El movimiento constante entre los estratos de las fallas, en ocasiones, da lugar a acoplamientos asociados a campos escalares muy localizados, los cuales llevan aparejados fenómenos luminosos en la vertical. Estos fenómenos están acompañados de distorsiones espacio-temporales que conllevan un campo alucinatorio. Así mismo los elementos geofísicos descritos pueden, en determinadas circunstancias, estimular y potenciar estados alterados de conciencia. En general son lugares muy perturbados que eran trasmutados en puntos sumamente benéficos. Algunas plantas o árboles considerados particularmente sagrados como el tejo, el muérdago, el espino, el avellano... se adaptan o crecen sobre estos lugares alterados por fallas, corrientes de agua, flujos magnéticos, redes telúricas en general. Muchos de estos árboles tienen un campo bioplasmático considerable. Es precisamente en estos puntos y solamente en ellos donde se construían monumentos en los que nada se dejaba al azar. Dólmenes, menhires y más tarde ermitas e iglesias son antenas receptivas y emisoras y amplificadores energéticos que en cualquier caso armonizan los desajustes energéticos del lugar.

EL AGUA Y LA PIEDRA EN LOS LUGARES SAGRADOS

Los primitivos megalitos de los que tenemos constancia se erigen en un determinado momento histórico, hacia el 5º A.C. milenio dejándose de construir sin razón aparente 2.000 años después. Construcciones similares se realizan por todas partes del Planeta: India, Japón, Madagascar, Manchuria, Caúcaso, España. En la actualidad subsisten un porcentaje mínimo de los que en su día fueron, entre otras razones debido al particular celo de la Iglesia en deshacerse de “esos templos paganos construidos por el mismísimo diablo”.

Las teorías mecanicistas que asocian los dólmenes a tumbas prehistóricas y los menhires a cultos solares no tienen gran sentido. Cuando nos aproximamos al mundo de los monumentos megalíticos una cosa que llama la atención es la naturaleza geológica del subsuelo. Casi todos los Dólmenes están construidos sobre terrenos calcáreos o graníticos. A veces grandes losas de granito fueron transportadas muchos kilómetros para erigir un dolmen no se sabe cómo. El químico Joseph Davidovits propone que en ocasiones los antiguos tenían conocimientos suficientes como para confeccionar las piedras con las que se erigieron muchos dólmenes. Para ello utilizaban gres, cuarzo, arcilla (caolín), productos de la degeneración del granito sirviéndose como catalizadores, reactivos alcalinos, ceniza de cereales (carbonato cálcico) y cal. Destaca con luz propia la utilización del cuarzo.

Quizá sean pertinentes algunas reflexiones.

El cuarzo es óxido de silicio. El silicio nos conecta directamente con el núcleo de la Tierra. No es de extrañar que el pueblo Siux-lakota construya sus cabañas de purificación llamadas inipis con ramas de sauce, ricas en sílice Justamente en estas ceremonias de purificación se utilizan como elementos primordiales, el agua y la piedra.

Agua y sílice son los elementos más abundantes en la Naturaleza. Steiner habla del sílice como elemento esencial para la vida considerándolo “vector de fuerzas cósmicas”. Sin él los cereales no darían grano y las plantas no crecerían en altura.

El óxido de silicio, el cuarzo, está configurado por tetraedros (figura enigmática). Un átomo central unido a 4 oxígenos en los vértices que a su vez se enlazan con los silicios adyacentes, formando mallas sin fin. Es la versión cluster en el mal llamado mundo inorgánico. Los electrones de algunos oxígenos desparejados son los que provocan la piezoelectricidad al presionarlos. Pero hay otro factor del que nos habla Alberto Borrás en su libro “Energías cósmicas del agua” que es sumamente esclarecedor. La constante carga y descarga de electrones de los vértices de esos millones de tetraedros que forman el cristal de cuarzo producen diminutas curvaturas espacio-temporales, es decir puertas dimensionales que canalizan fuerzas a nuestro mundo tridimensional. Es el “vector de fuerzas cósmicas” que menciona Steiner cuando habla del sílice.

Los grandes cristales de cuarzo que se han encontrado en muchos megalitos y el cuarzo como componente de las piedras de las construcciones sagradas no solamente funcionan como antenas que captan y atraen las vibraciones o informaciones telúricas sino que también captan “el mensaje de las estrellas.”

Y es que la estructura del cuarzo es idéntica a la del agua. Agua y cuarzo son primos hermanos cuando menos, a no ser que se trate de una misma entidad con polaridades diferentes pero complementarias capaces de interrelacionarse, complementarse trasvasándose energía y vibración. Hay un hecho que da que pensar: el agua no madura si no está filtrada por la tierra, si no está en contacto con el sílice. ¿Pertenece la una al cielo y la otra a la Tierra?

Cuando Víktor Schaubeger observa el fenómeno de las piedras flotantes, o lo que él llamaba levitación biomagnética, se percata de que estas piedras poseen una forma más o menos ovoide (cantos rodados) y son compuestos de sílice: cuarzo, cristal de roca, pedernal, granito, arenisca. Estas piedras según él refuerzan la energía del agua.

Podemos afirmar que sin agua no existe lugar sagrado, pero sin piedra (cuarzo) posiblemente tampoco. Sin agua no hay información; sin sílice posiblemente tampoco; sin agua no hay vida, y sin sílice tampoco. Agua y cuarzo o agua y sílice forman una pareja un tanto extraña y misteriosa. No es casual que bajo un dolmen siempre circulan al menos una corriente de agua subterránea y bajo un menhir una doble corriente de agua. ¿Por qué? Seguiremos indagando más adelante.

PIEDRA Y CONCIENCIA

La piedra no es un ser inanimado. En términos absolutos, no existe nada inanimado en el Universo. En ese elemento “tan despreciable” que todos pisamos se encuentra la base del desarrollo biológico. Sin el mundo mineral no hay vida sobre el Planeta. En él se sustenta todo el ciclo de la vida de los reinos vegetal, animal, humano y posiblemente otros reinos no tan evidentes. Cuando los aborígenes dibujan serpientes o formas ondulantes en las rocas, están plasmando lo que ellos captan como fluidos energéticos que no atañen solamente a lo orgánico. Las piedras, las rocas, están sujetas a las mismas influencias.

Steiner lo aclaraba. No solamente los seres vivos y las corrientes magnéticas superficiales que recorren la Tierra están sujetos a las influencias del Cielo (planetarias, zodiacales, cósmicas); también los minerales del interior de la Tierra, que de ninguna manera son estáticos y están inactivos. También ellos reaccionan a los movimientos de los astros y según estos y sus ciclos se cargan o descargan de energía afectando al crecimiento vegetal. Este es un hecho puesto en evidencia a diario por la agricultura tradicional y por los practicantes de la agricultura biodinámica.

Evidentemente, la piedra no tiene capacidad de generar autorreflexiones; en este sentido, es absurdo hablar de conciencia. La conciencia como capacidad de introspección se considera algo privativo del ser humano. La piedra puede ser y de hecho es sensible al entorno impregnándose de las energías que la circundan y guardando “un recuerdo dinámico y estable” de las mismas. Nos encontramos ante otro paralelismo con el agua. Es lo que llamamos memoria de las piedras o memoria de las paredes en la práctica geobiológica. Esta capacidad de interaccionar con el entorno es extremadamente sensible a la acción humana, sobre todo cuando actúa de manera consciente e impregnada de sentimiento.

El líder espiritual de los indios Hopi, Kuwanijuma, afirmaba: “El hombre no es el único que tiene memoria. La Tierra recuerda, las piedras recuerdan. Si sabéis escuchar os contarán muchas cosas”. Algunos miembros de algunas tribus africanas cuando intuyen cercana la muerte cuentan la historia de la tribu a alguna piedra en la seguridad de que esta no solamente “memorizará” la historia sino que la “contará” cuando la situación sea propicia. Tal vez en algún momento un ser humano pasará por aquel lugar, se quedará “por casualidad” a echar una cabezadita y soñará con una bonita historia que “por casualidad” coincidirá con la historia de la tribu africana.

Las construcciones sagradas no eran realizadas por técnicos y obreros que se limitaban a ejercer una labor a cambio de un salario pero sin involucrarse anímicamente tal y como sucede en la mayoría de los casos en nuestra sociedad. El estudio de la estructura energética de estos lugares nos lleva pensar que las personas que trabajaban en estos quehaceres no solamente sabían de la trascendencia de su trabajo sino que su labor era realizada desde estados de conciencia especiales ayudados seguramente por rituales de los que nada conocemos y que actuaban sobre la materia y el espacio del lugar cargándolos de información, de formas de pensamiento. No se puede comprender de otra manera que muchas de esas construcciones aún resuenen.

Tiene su sentido que cuando en uno de estos lugares acontece un hecho desgraciado como puede ser un asesinato, el lugar ha de ser purificado mediante rituales muy precisos. Una normativa de estas características tuvimos ocasión de ver en la iglesia prerrománica de Valdedios en Oviedo. Digamos, pues, que lugar, redes telúricas, piedra, agua y conciencia forman un todo inseparable sin el que no es posible la activación de un enclave sagrado.

Nuestra toma de conciencia y nuestra actitud de búsqueda coherente desde el inegoísmo y la impersonalidad van a ser la clave para que la piedra, el agua, las redes telúricas, el lugar, en definitiva, actúen, se comuniquen como entidades inteligentes y cumplan con la función para la que fueron construidos.

EL AGUA EN LAS CONSTRUCCIONES SAGRADAS

Hemos mencionado al agua y al cuarzo (sílice) como elementos complementarios sin los cuales no es posible una construcción sagrada. Evidentement, no podemos hablar de la función del agua en los dólmenes o en las iglesias de forma aislada. No tendría ningún sentido. El análisis de los elementos energéticos, entre los que se encuentra de manera muy especial el agua, que interactúan en un templo románico común, puede servir de modelo de aproximación a la comprensión general de la función de este vital elemento en estos edificios. Elegimos una iglesia románica porque la época en la que se construyeron se puede considerar como un momento histórico de recapitulación de un determinado proceso evolutivo humano cuyas raíces se hallan en el paleolítico y que supuso por otra parte el fin de una forma de ver la realidad desde coordenadas globales, desde coordenadas organicistas.

Una iglesia románica, también la gótica, tiene, en cierto sentido, una estructura energética similar a la de un dolmen o a la de la mayoría de las ermitas erigidas antes del renacimiento. Todas poseen unas orientaciones muy concretas, a fin de conseguir objetivos muy concretos, las redes telúricas son manipuladas, está presentes el elemento piedra, encontramos agua subterránea y hallamos también círculos energéticos protectores. Por otra parte, obedecen a las necesidades de dos momentos evolutivos completamente diferentes: el ser humano de los dólmenes trata de aposentarse en la materia; el ser humano del románico comienza a tener nociones rudimentarias de sí mismo.

Cuando se adentra en la semi-penumbra de un templo románico y se intenta “sentir” sin prejuicios racionales el lugar, se percibe la sensación de estar dentro del interior de un gigantesco útero protector. Los arcos de medio punto y las bóvedas de medio cañón son la versión reducida de la bóveda del cielo y a su vez el símbolo más que real de esa otra bóveda cálida y amorosa donde vivimos nueve meses antes de nacer. Protección, seguridad, confianza son palabras que pueden identificar las vivencias del “sentir” el templo románico. Con estas premisas, la comunicación con el mundo espiritual o con la deidad propia interior es más fácil y fluida. La Divinidad está ahí mismo, al alcance de las mano. No existen elementos de distracción, la decoración es la justa, la imprescindible, al igual que la luz. Uno se puede concentrar y recoger con naturalidad.

En la Iglesia gótica, la luz ciega, los elementos arquitectónicos se intelectualizan, se hacen mucho más complejos. Los arcos y las bóvedas apuntadas crean cierta inquietud, cierta inseguridad, cierta falta de confianza. No podríamos dormir bajo una bóveda de estas características, de la misma manera que no podríamos dormir bajo el punto de unión de un tejado a dos aguas. La deidad se aleja, tenemos que ir hacia ella con el impulso de nuestra propia fuerza, superando las dudas existenciales que surgen de nuestra incipiente racionalidad, el camino se hace más duro y más complejo. El gótico pertenece a otro momento histórico. Precisamente es la época en la que se está gestando la eclosión de otra forma de pensar en la que la preponderancia de la visión parcial sobre la visión global, de la razón sobre la intuición, de la materia sobre el espíritu van a ser los ejes conductores de una forma de aproximarse a la realidad que aún está vigente.

Ahora bien, aparte de las percepciones que nos pueda dar el sentir, la función de una edificio sagrado va mucho mas allá. Anteriormente hemos comentado que la finalidad de un recinto sagrado tiene que ver con la regeneración espiritual y física, en este orden concretamente. En consecuencia, desde un punto de vista geobiológico el templo o la iglesia tiene que ser forzosamente un lugar donde se dan cita espectros energéticos muy especiales que actúan de forma muy concreta en los distintos espacios físicos del lugar. Estas energías han de estar en resonancia con los dos ejes polares en los que se desarrolla nuestra existencia: Cielo y Tierra, que tienen que vibrar a la máxima frecuencia. Veamos pues qué elementos especiales trabajan de manera sinérgica para que el templo pueda cumplir con su misión. Entre ellos destacaremos el que actúa como pivote, como elemento de coherencia: el agua. Hay que hacer notar que esta estructura energética es similar en los templos sagrados de cualquier latitud y pertenecientes a cualquier religión.

1. Las redes energéticas

a) La Red Solar. Ha sido conocida desde siempre. Tiene que ver con la incidencia de la radiación solar, con el campo magnético de la tierra. Sus bandas tienen una anchura variable y está orientada, Norte, Sur y Este, Oeste. Pierde intensidad durante la noche. La malla de la red es cuadrada, dependiendo su superficie de la latitud. Esta red va a ser sacralizada de forma permanente por la estructura del lugar y la incidencia del agua lustral.

b) La Red Sacra. Puede ser considerada como una particularidad de la red Solar. La dirección de esta red sacra es de Norte a Sur y de Oeste a Este. La anchura de la banda oscila entre 0,30 y 0,80 m. La cuadrícula de estas redes pueden ser de 40x40 km. y 100x100 km.

c) Red Telúrica Hartmann. Forman mallas que van de Norte a Sur cada 2 metros y de Este a Oeste cada 2,5 metros. La anchura de las bandas mide 20 cm. aproximadamente. Esta red puede ser afectada por multitud de factores, como corrientes subterráneas de agua, tormentas solares, seísmos, ciclos lunares. Cuando un cruce de esta red se halla asociado una corriente de agua subterránea, a un campo electromagnético o cualquier otra alteración, el lugar se vuelve patógeno. Dentro de una catedral se la encuentra de forma nítida en el baptisterio y en la piedra de los muertos. En otros lugares del templo es utilizada en tanto en cuanto a que vehicula la información imprescindible al funcionamiento del templo. Agrupaciones de esta red se encuentran alrededor de algunas iglesias que aún resuenan. Habitualmente 3 agrupaciones de 7 bandas telúricas apiñadas a distancias inferiores a un metro, intercaladas por espacios libres de bandas en distancias superiores de 5 metros. Se interpreta que son como muros energéticos que protegen el lugar sagrado. Alrededor de la iglesia de Eunate en Navarra o en torno al dolmen de El Soltillo en la Rioja se aprecian claramente. Hemos observado cómo la red telúrica trepa en ocasiones por los muros exteriores. En la iglesia románica de Cervatos, del Norte de Palencia, tuvimos ocasión de contar hasta 9 enjambres de abejas. Es bien conocido que las abejas al igual que las hormigas tienden a establecer sus enjambres y hormigueros sobre cruces de la red telúrica.

2. La orientación. Todas las iglesias miran al Sol naciente. El punto de referencia es el de la salida del Sol en el solsticio de verano, relacionado en la cultura cristiana con San Juan Bautista. Según la tradición es en el bautismo cuando el Cristo se encarna realmente y a Cristo en nuestra cultura se le ha identificado siempre con la deidad solar. Curiosamente en la fiesta de San Juan se unen los rituales del fuego y del agua (Sol y agua) ¿Qué paralelismos tienen? ¿Por qué en algunas lenguas arcaicas, como el euskera, al agua, a la energía, tanto a la común a la etérica, se las identifica con un mismo vocablo: UR? ¿Sugiere un origen celeste del agua?

Si la nave central mira a la salida del Sol en el solsticio de verano, las naves laterales indican la salida del Sol en los equinoccios de primavera y de otoño. A veces la propia estructura energética del lugar o la dedicación del templo a algún santo o santa en particular ocasionaban que estas orientaciones arquetípicas variaran en algunos grados.

La orientación hace que la iglesia quede dividida en dos zonas perfectamente delimitadas. Una zona bañada por luz, la cual sigue el camino del Sol de Este a Oeste, es la parte caliente, solar, masculina, la yang. Es el lugar apropiado para que los hombres sintonicen con su propia polaridad. La otra zona no está nunca en contacto con la luz; es la zona fría, lunar, la oscura, la femenina, la yin. Es la propia de la mujer.

3. Sistema de fuerzas. En términos de salud solamente existen tres fuerzas: dos que enferman y una que sana. La fuerza del exceso que inflama, la fuerza del defecto que degenera y la fuerza que equilibra ambas polaridades generando salud. En una iglesia encontramos un sistema análogo. La fuerza telúrica de naturaleza evolutiva que se eleva por atracción hacia el cosmos describiendo espirales dextrógiras y la fuerza que desciende del cosmos también por atracción describiendo espirales levógiras. Una tercera fuerza de síntesis es la que va a equilibrar ambas haciéndolas operativas.

La fuerza telúrica nos impulsa de dejar el plano físico, pero este nos es necesario para evolucionar; la cósmica trata de anclarnos en la materia, pero “no sólo de pan vive el hombre”. No se puede soslayar la realidad de la materia buscando pretendidos atajos espirituales que no existen. De la misma manera que no se puede vivir en exclusiva en materia prescindiendo de la realidad del mundo espiritual. Ambos caminos conducen a la enfermedad física y al estancamiento espiritual.

En la iglesia románica la energía telúrica va a ascender por las paredes y las columnas al encuentro de las energías cósmicas que descienden de las bóvedas. En este sentido, las bases y los capiteles de las columnas van a jugar el rol de receptáculos de esas energías telúricas y cósmicas siendo los fustes autopistas de circulación y radiación energética. Es la misma función que realizan las raíces, la copa y el tronco de un árbol.

4. La geometría sagrada. Si una construcción es sagrada tiene que ayudar a integrar al ser humano en el Cosmos. Los elementos imprescindibles para que esto sea así son el lugar con sus especiales características, por una parte, y el número y la proporción como componentes de la forma, por otra. Número, proporción áurea y formas, que han de estar implícitos en los moldes que rigen la creación y que son por otra parte los mismos que están contenidos y modelan al ser humano. El círculo, el triángulo, el cuadrado, tres figuras básicas de las que emergen el doble cuadrado, la vésica piscis, pentágonos, espirales, etc., constituyendo un todo vibrante y armónico a través del cual es introducida la réplica operativa de la creación.


5. La piedra. Ya hemos comentado la impotancia de las piedras y más en concreto la función del cuarzo en cuanto a su potencialidad como “vector de fuerzas cósmicas”. Pero la piedra tiene otro aspecto y otra misión que cumplir dentro del edificio sagrado. Y esta misión comenza en la misma cantera donde se extrae. La extracción y el pulido eran una tarea delicada que sólo podía ser realizada por los Maestros canteros. La piedra en la cantera es un producto “bruto”, despolarizado, andrógino. Hay que dotarla de vida, de polaridad, por medio de la talla consciente. Se respetan las vetas y el orden en el que han sido extraídas para colocarlas de la misma manera en el edificio sagrado. La polaridad femenina o yin siempre en el exterior a excepción de los umbrales o de determinados puntos donde interesa que la red telúrica penetre en el templo. En el interior, sin embargo, existe una alternancia de polaridades. Las reformas que se efectúan en iglesias o monasterios ignorando estos extremos provocan la rápida descomposición de las piedras. Es el caso de algunas zonas del monasterio de Santa María de Valbuena.

6. EL AGUA. Allá donde exista un lugar sagrado, el agua estará ineludiblemente presente. Agua subterránea y en las inmediaciones, casi siempre alguna fuente de la que mana agua dotada de propiedades terapéuticas. Y es que, ya lo hemos dicho, sin agua no puede haber recinto sagrado.

No hay dos iglesias iguales, cada una tiene su propia frecuencia vibratoria. En las iglesias el recorrido del agua obedece a la propia situación natural de los acuíferos, los cuales están también sujetos a los ciclos lunares y por lo tanto a las mareas o al discurrir de las corrientes trazadas artificialmente por los constructores. Ahora bien, en general, la iglesia es surcada de Este a Oeste por una corriente de agua subterránea asociada a una falla. Otra segunda corriente que fluye de Norte a Sur divide la iglesia en dos partes muy definidas: la parte telúrica al Oeste, donde se halla el baptisterio, y la parte cósmica al Este, donde se ubica el altar. En algunas iglesias aparece una fuerte corriente en forma de bucle o de circuito oscilante. En Santa María de Valbuena hallamos una de estas que rodeando el crucero y las escalinatas del altar entra y sale por el Norte. La de Santiago de Compostela y la Chartres son ya conocidas. El doctor Endross explicaría que este tipo de corrientes tienen la propiedad de acelerar o ralentizar el funcionamiento de las glándulas endocrinas. Bajo el altar es habitual encontrar el cruce de una y más corrientes, que en ocasiones son creadas artificialmente y están protegidas por tejas (sílice). En el monasterio de Gradefes en León, las manchas de humedad que surcan el ábside denuncian el sentido de las corrientes que confluyen en el altar.

¿Por qué el agua? ¿Qué rol cumple en el interior de un recinto sagrado? ¿Cómo interactúa para integrar al hombre en el Cosmos a través de la regeneración espiritual y física?

Realmente poco o nada sabemos del Agua; empezamos a vislumbrar algo de lo que este elemento supone en el contexto de la creación. A nivel personal, estimo que la única forma de entenderla es bajo una perspectiva intuitiva, estética o artística como sugiere Masaru Emoto. Recordamos algunos aspectos conocidos.

Sabemos de su comportamiento extraño. Se resiste al calentamiento y entre 35 y 40 grados se calienta con más facilidad. Son máximos y mínimos de temperatura corporal de los mamíferos. Funciona como ácido y como base, es disolvente universal, etc. No es en ningún caso una sustancia inerte; al contrario, es sumamente sensible a cualquier estímulo. Picardi constató que el agua era alterada por los ciclos lunares y por las manchas y tormentas solares. Bronw comprueba que cambios muy ligeros en los campos eléctricos y magnéticos alteran la tensión superficial del agua. Theodor Schwenk evidenció que semillas de trigo introducidas en agua y expuestas a eclipses solares crecían raquíticamente en comparación con las semillas testigo.

Masaru Emoto nos regala toda una vida dedicada a la investigación del agua. Sus fotografías son incontrovertibles. El agua viva no sólo se configura en exquisitos hexágonos que son caotizados cuando entra en contacto con fuentes contaminantes o cuando está expuesta a frecuencias antivirales, sino que también responde a los llamados de la conciencia. Theodor Schwenk, Masaru Emoto Jacques Benveniste, Meter Goss, Enza Ciccolo, Albert Popp, Víctor Schubeger, Vogel y tantos otros están evidenciando lo que nuestros ancestros ya conocían. Mencionar la palabra agua es mencionar vitalidad, memoria, receptividad, coherencia, sensibilidad, independencia…

El agua, del mismo modo que el cuarzo, incorpora también la estructura tetraédrica, aunque no sea su única posible configuración. ¿Es susceptible de crear como el cuarzo minicurvaturas espacio-temporales? ¿Estamos ante otro “vector de fuerzas cósmicas”?

Sin agua no es posible la vida, sin agua no hay energía, sin agua no hay información y de esta depende la salud y la vida. Sin agua no es posible el lugar sagrado.

Somos agua en un 70% (el hipotálamo, que tanto tiene que ver con fenómenos de conexión, es el órgano que proporcionalmente más agua contiene). Evidentemente, la molécula del agua nos pone en resonancia con el Cosmos y, como decía Lakhovsky, nuestras células actúan como emisores y receptores de radio-frecuencia, capaces de captar radiaciones de nuestro medio más próximo y más lejano. Somos verdaderas antenas receptoras y emisoras. Del estado de nuestra agua celular va a depender que resonemos afinada o desafinadamente con nuestro entorno y va a permitir o impedir que incorporemos aquellas informaciones que son vitales para nuestra evolución tanto física como espiritual.

A excepción de algunas iglesias que aún conservan pozos, aquel que acude a un templo no está en contacto físico con el agua a pesar de que sabemos que esta circula bajo nuestros pies. ¿Cómo puede pues este elemento cumplir su función sagrada?

Sabemos que en la vertical de una corriente de agua subterránea, más si se trata de un cruce de corrientes o de una falla, se dan una serie de fenómenos físicos tales como una mayor ionización positiva, la radiación gamma e infrarrojos es superior, se constatan perturbaciones en la conductividad eléctrica del terreno y en el campo magnético, etc. Todo ello provoca una baja vibración a consecuencia de la cual los procesos vitales decaen. Sin embargo, todos los enclaves sagrados se ubican en la vertical de zonas intensamente patógenas. Los centros donde se ubican los altares podrían convertirse en verdaderos puntos cáncer de construirse una casa ahí. No obstante, estas áreas de máxima radiación telúrica son trasformadas en espacios sumamente benéficos e impulsores a su vez de verdaderas trasmutaciones celulares.

La clave de este fenómeno reside en la interacción de la conciencia con los elementos arquetípicos en los que se basa la Arquitectura Sagrada. La conciencia modifica la realidad; la conciencia crea. Cuando algo se trae conscientemente al mundo tridimensional con determinado objetivo por medio de sea un anagrama o sea una iglesia... irradiará esa intención mientras dure su existencia en el plano físico. Este es el gran secreto de la activación de los lugares sagrados, que comienza en el mismo momento en el que cristaliza la idea de fundar uno de estos templos en el lugar adecuado, potenciándose a cada golpe de martillo con el que los maestros canteros modelan la piedra impregnándola de un mensaje que perdurará a lo largo de los siglos. Los constructores eran plenamente conscientes de lo que se traían entre manos. La obra concluía en el momento en que se inauguraba el recinto con el agua lustral, agua y sal, santificada mediante detallados rituales con la que se bendecía la iglesia, tanto en el exterior como en el interior, tanto las zonas altas como las bajas.

Construir un lugar sagrado es re-crear de nuevo el mundo. Cada edificación sagrada está diseñada en función de las necesidades evolutivas del ser humano. En cada edificación sagrada está contenido el arquetipo del ser humano trascendido. Por lo tanto, erigir una iglesia es crear, mas allá de los límites de la propia estructura física, una entidad dotada de centros energéticos (chacras), desde el más apegado a la tierra, el sacro, hasta el más sagrado, que tiene que ver con la pineal, no en vano la forma semicircular del ábside nos recuerda a la cabeza y sin duda está relacionada con ella.

Crear una iglesia es dotarla de un componente eterico-energético de máxima potencia ya que en ella juegan en equilibrio de la manera mas vibrante: Cielo y Tierra. Este cuerpo etérico vibrante y pulsante se expande en kilómetros alrededor del punto de máxima irradiación, que corresponde al altar. Recordemos las múltiples funciones vitalizantes del cuerpo etérico entre las que se encuentra la facultad de canalizar información. Cuando mencionamos la palabra alrededor, no consideramos solamente el plano horizontal sino que nos referimos a una estructura envolvente que tiende a ser esférica u ovoide y que se extiende más allá de los límites estrictamente físicos del templo. Por lo tanto, es a través de su estructura etérica que la iglesia entra en contacto con las fuerzas físicas y energéticas de las aguas subterráneas, estableciendo un todo sinérgico. Nos hallamos pues ante la interacción intima entre el agua como portadora de la memoria del mundo y este cuerpo sutil de la entidad iglesia que ha sido creado a través de actos de conciencia con la complicidad de otro de los elementos portadores, también, de la memoria del mundo: el cuarzo presente en las piedras.

Hoy quedan pocas iglesias que resuenen. La inmensa mayoría han dejado de vibrar. Sus potencialidades están reducidas a la mínima expresión. Algunas han invertido su polaridad caotizándose e irradiando enfermedad. Algo de esto hemos tenido ocasión de comprobar en el norte de Palencia, en una iglesia en la que recientes reformas realizadas encima del ábside han roto el delicado equilibrio energético interior convirtiendo el altar en un punto cáncer, en un punto de muerte. En otras, la introducción de grandes masas metálicas han perturbado el magnetismo del lugar. Las hay que han efectuado reformas de muros en las que no se han respetado la polaridad de las piedras y estas han comenzado a decomponerse. La mayoría han introducido sin un previo estudio y en los lugares más inadecuados esa energía antivital que es la electricidad, invirtiendo además la dirección de la luz, haciéndola surgir de la tierra y no de lo alto. Focos halógenos que irrumpen del suelo alrededor del santa santorum de un templo los podemos contemplar en Santo Domingo de la Calzada. Corrientes de agua que se anulan como en Fromista o en el mismo Santiago de Compostela, a raíz de lo cual Blanche Merz comentó que ya no hay milagros en Compostela. Casetas que se introducen en naves laterales para cobrar la entrada a los turistas como en el caso de la ya mencionada iglesia de Fromista. Máquinas expendedoras de refrescos en alguna catedral. Un hecho que va más allá de la pura anécdota se está realizando cada 24 de julio en la catedral de Santiago. Se adosan a la fachada carcasas pirotécnicas que estallarán esa noche. Simbólicamente, se está dando fuego a la catedral y a lo que ella representa como culminación de un camino a través del cual el peregrino puede acceder a otras esferas de la realidad que tienen que ver con la búsqueda de sí mismo y con la reconciliación con la naturaleza. Se observan iglesias que a pesar de todo aún vibran, gracias sobre todo a las aportaciones de la gente que se aproxima a ellas desde la apertura del corazón.

He tenido la gran fortuna de participar en una dura pero inolvidable ceremonia de purificación (inipi) realizada por indios siux-lakota y he comprobado in situ el valor y la fuerza trasformadora de la conciencia. Se construyó la cabaña de purificación sobre un lugar extremadamente patógeno (cruzamiento de dos corrientes de agua subterránea más falla). Cada actividad necesaria para la realización del inipi, por mínima que fuera, era efectuada mediante rituales a plena conciencia. Cada entrada o salida de la cabaña, cada encuentro con el hermano era saludado con una frase que debiera de ser grabada a fuego en cada ser humano. “Mita kuye oiasi”, cuya traducción equivale a “somos uno con el todo”. Tuve la grata sorpresa de comprobar cómo se establecían círculos energéticos de protección alrededor del inipi. Así mismo, constaté que la red telúrica Hartmann se difuminaba y que el punto de máxima expresión patógena cambiaba de polaridad y se positivizaba. Ese sentir que realmente somos uno con el todo persistió vívidamente durante mucho tiempo. Un año después, el lugar seguía positivizado y las piedras del interior de la cabaña todavía irradiaban de manera muy especial. Sin duda, cada inipi es un enclave sagrado.

A GUISA DE EPÍLOGO

Cuando personas sensitivas intentan sintonizar con la Madre Tierra, perciben en ella una gran tristeza. Ya no da más de sí. ¿Qué está pasando?

- Según el profesor Fidel Franco, La Tierra y el Sistema Solar sufren grandes oscilaciones, es decir, amplios periodos de dilatación y de concentración. El aumento espectacular del número de seísmos durante este último siglo y el afloramiento de magma subacuático en algunos lugares inducen a pensar que nos hallamos al final de un periodo de diástole o dilatación que provoca entre otras cosas un crecimiento natural del agujero de la capa de ozono; por lo tanto el Planeta está siendo sometido a una mayor radiación. El efecto invernadero y la casi nula capacidad de regeneración de una atmósfera envenenada potencian el ensanchamiento del comentado agujero. En términos más afectivos pero reales, podríamos decir que la Tierra tiene fiebre, está enferma. Superar la enfermedad siempre requiere un crecimiento a nivel anímico, subir un peldaño en el nivel de vibración. Nosotros, como hijos de la Tierra, también del Cielo, no tenemos otra opción que adaptarnos a este proceso mediante la toma de conciencia de nuestro ser en el mundo.

- La humanidad vive en general sumida en una especie de hipnosis colectiva, absolutamente manipulada por selectas minorías que detentan el poder. Detrás de esta selecta minoría se esconde un poder más poderoso aún que pretende la manipulación espiritual del ser humano impidiendo que se reconozca como tal. Se ejerce sobre la sociedad un control férreo utilizando todo tipo de técnicas, desde el absoluto control de los medios de comunicación hasta la fluorización de las aguas o la utilización de microondas que permitan “teledirigir” a las masas. (ver proyecto HAARP). El dominio de la economía mundial controlando las fuentes contaminantes de energía actuales e impidiendo que el gran público tenga acceso a otras fuentes energéticas limpias y baratas, la promulgación de leyes de mercado esclavizantes, la imposición de una forma de ver la salud y la enfermedad controlada con mano férrea por los grandes emporios farmacéuticos... presentan un panorama más que oscuro para el desarrollo del individuo.

- Guerras, hambrunas, miedo generalizado, stress, agresividad, competitividad exacerbada, desastres naturales o provocados, aumento espectacular del cáncer y de las enfermedades degenerativas….

El panorama es apocalíptico. Sin embargo, algo muy importante debemos de ser cuando tan interesadas están determinadas poderosas entidades en que ni seamos ni actuemos como seres humanos libres y conscientes. Hoy poseemos datos científicos para certificar el carácter holográfico y halográfico del Universo. Podemos certificar así mismo la interconexión e interrelación existente entre todos los seres, sean visibles o invisibles, sean animados o inanimados, en un Universo donde no hay lugar para el caos ni para el azar. Nada está aislado. Lo que desconocemos es el poder real del que estamos revestidos y la capacidad que tenemos de modificar el medio a través de nuestra actitud consciente y nuestro trabajo comprometido. Sólo se necesita que una minoría cualificada trabaje desde la consciencia con el fin de constituir esa masa crítica necesaria para que se establezca el necesario cambio de paradigma que permita la regeneración individual y a través de ella la regeneración de la Madre Tierra y de su elemento vivo por excelencia: el agua. No queda más elección que estar al lado y favorecer todo aquello que tenga que ver con los procesos de vida.

El biólogo Rupert Sheldrake explica la existencia de los “campos-M” o campos morfogenéticos. Estos campos generan la información necesaria para la estructuración de las entidades biológicas. Cada especie posee su propio “campo-M” por medio del cual lo que un individuo de la especie aprende puede ser trasmitido al resto de los individuos de su misma especie. Estos aprendizajes influyen en las generaciones venideras, es decir, podrían de alguna manera trascender el espacio y el tiempo. Para Shelkdrake, la transmisión es realizada mediante un proceso que él llama “resonancia mórfica”, que se efectúa cuando el número de individuos que realiza ese aprendizaje alcanza una masa crítica.

Quiero entender que la situación actual de deterioro de los lugares sagrados responde al momento evolutivo en el que vivimos. Quizá lo sagrado haya que buscarlo en otro lugar más próximo, más cercano, dentro de nosotros mismos, en la naturaleza, en cualquier parte. Al fin y al cabo, nada es vano en la creación.