18/1/09

MIRARNOS EN EL ESPEJO DEL AGUA

El agua tiende siempre al equilibrio pero a un equilibrio viviente y no a uno rígidoen el que la Vida, forzosamente se apagaría.
Theodor Schwenck
Ya en un número anterior de la revista escribimos sobre uno de los innumerables aspectos que presenta esa extraordinaria entidad que conocemos con el nombre de AGUA. A pesar de ello, me vais a permitir una nueva incursión en esta temática. La razón estriba en que el pasado mes de Septiembre se celebró en Ourense el Tercer Congreso Mundial de Ecología del Agua en el cual tuve la fortuna de participar aportando mi humilde granito de arena en forma de ponencia en la que expuse alguna de las ideas de las que os hago partícipes.

No podemos retener el agua en nuestras manos, se nos escurre. Lo mismo sucede con muchos de nuestros sentimientos y emociones que con frecuencia se comportan como auténticos tsunamis que lo arrasan todo. ¿Qué hacer entonces?

Os invito a observar el comportamiento del agua cuando en su normal discurrir se encuentra con un obstáculo. ¿Cómo reacciona? Rompe su ritmo y comienza a crear formas elípticas, espirales y vórtices, uno tras otro. A través de esas cadencias el agua se reencuentra, recapitula, hace balance, se renueva, cobra nuevos bríos y después sigue tranquilamente su camino dibujando curvas compensatorias y pivotando siempre sobre un hipotético eje ideal en busca de un equilibrio perfecto que jamás lo va a encontrar y es que la perfección, querido lector, no existe. Caos y orden, muerte y resurrección son constantes cuando el agua trata de revitalizarse.¿Acaso no nos está mostrando un camino?

Desde que nacemos hasta que morimos, cada etapa de nuestro desarrollo físico-psíquico-espiritual o simplemente la elaboración de cada nuevo pensamiento vivo van acompañados de crisis cuya superación requiere travesías que no son precisamente rectilíneas y que en ocasiones provocan la caída en verdaderos vórtices anímicos negros donde somos literalmente machacados, centrifugados, y despojados de pegajosas capas de lastre. Entonces, como lo hace el agua, necesitamos permanecer serenos en nuestra propia atalaya interior, sin juzgar, sin oponer resistencia, aguantando el tipo y dejando que la corriente de la vida bañe nuestro ser íntimo. Consciencia y paciencia pues, podrían ser las claves para que de la oscuridad resurja el nuevo ser trasmutado en Fontana Blanca en la que van a brillar con luz propia las cicatrices creadas en el andar, fieles testigos del peaje pagado en nuestro proceso de crecimiento y evolución.